La belleza de lo sencillo, en apariencia.
Parece una vulgar carta de las pocas que hoy en día se reciben franqueadas con sellos. Y que recuerdan a las cartas de antaño.
Y lo es.
Parece una carta de las que se ha dado en llamar filatélica.
Y lo es.
Parece una carta sencilla y bella de obtener.
¿Y lo es?
Quizá sí, o quizá no. Veamos
Para que una carta así llegue a las manos del coleccionista, tiene que existir todo un proceso que en nada es sencillo. Todo lo contrario.
Alguien tiene que tener una idea de emitir un sello personalizado; Luego, buscar un motivo; encontrar una imagen que sirva para el motivo elegido y que esté libre de derechos y se pueda reproducir, en caso alternativo, puede realizar él mismo la fotografía; y preparar la composición de la imagen, con los textos adecuados, para que pueda ser reproducirá en el sello. Realizar la petición oportuna al Servicio Filatélico de Correos; escoger la tarifa del sello a emitir, decidir el número de sellos pedidos y abonar su coste. Recibir el pedido y comprobar que todo está conforme.
Después, ya desde un punto de vista postal, tiene que adherir el sello a una carta; desplazarse a una sucursal de Correos; esperar a ser atendido; pedir al empleado (se supone que conocido) el estampado del matasellos lo más limpio y claro posible; confiar en que el envío sea contenerizado de forma adecuada para que, al pasar por el CTA correspondiente, no se le vuelva a matasellar y únicamente lo indexen a destino.
Y que todo ello ocurra sin errores, que la carta no sufra deterioro y que el cartero la reparta sin demora y de forma adecuada.
Y sí, será muy filatélica. Pero es bonita y sencilla, dentro de la complicación y dificultad de su consecución. Me gusta.
Gracias a todos los que la han hecho posible. Y lo mejor para ello es hacerla pública.
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